31/03/2012

Le Dieu crucifié (Rameaux)


Dans la mort du Fils, c’est Dieu même qui est atteint. Non seulement notre conception de Dieu serait changée, encore que, mais véritablement, l’être de Dieu est altéré, devient autre. L’Eternel a lié son éternité à l’histoire des hommes. Il entre dans l’histoire depuis qu’il s’est écrié : que la lumière soit. Alors il déclarait son amour à sa créature, lui donnant la vie en partageant son Esprit.
« Dans la passion du Fils, le Père lui-même souffre la douleur de l’abandon. Dans la mort du Fils, la mort atteint Dieu lui-même et le Père subit la mort de son Fils dans son amour pour les hommes abandonnés. L’événement de la croix doit en conséquence être compris comme un événement entre Dieu et le Fils de Dieu. Quand le Père abandonne son Fils à la passion et à la mort sans Dieu, Dieu agit sur lui-même. Il agit sur lui-même sous ce mode de la souffrance et de la mort pour ouvrir en lui-même aux pécheurs sa vie et sa liberté. » (J. Moltmann)
Le Dieu qui s’est donné depuis le premier jour ne pouvait que courir le risque d’être supprimé de la vie de celui auquel il s’offrait. Et de fait, l’homme l’a supprimé, nous l’avons tué.
L’amour pouvait-il aller plus loin ? En tout cas, il est allé jusque là. Par amour pour celui auquel il s’était offert, Dieu assiste à sa suppression, à l’abandon du Fils.
« Dieu est amour sans conditions parce qu’il prend sur lui la douleur venant de la contradiction de l’homme et parce qu’il ne supprime pas cette contradiction dans un éclat de colère. Dieu se laisse évincer. Dieu souffre, Dieu se laisse crucifier. » (Moltmann)
Dieu aime l’homme même lorsque celui-ci est son ennemi, son bourreau. Dans l’événement de la croix, Dieu est mené jusqu’à l’extrême de son amour. Il les aima jusqu’au bout. Plutôt mourir que d’être soi-même le bourreau de celui qu’on aime.
Une fois encore, il donne sa vie. Une fois encore, il remet l’Esprit. De toute éternité, il demeure don, amour.

29/03/2012

¿ Qué es la novedad de la evangelización ?

¿ Cual es la misión de la Iglesia en el mundo de hoy ? Tal es el sentido de una reflexión sobre la evangelización. Si hay una novedad de la evangelización, lo sabremos examinando lo que debería ser la misión en el mundo de hoy.
No es posible anunciar el evangelio sin conocer a aquéllos a los que nos dirigimos. La evangelización no es lo mismo si estamos en el siglo dos, o quince o veintiuno, si hablamos con gente de Madagascar o de Europa, con medios científicos y universitarios o con gente sin cultura de los libros.
Sin embargo, paradójicamente, no empezare con un análisis del mundo para determinar la novedad de la evangelización. Esto podría dejar pensar, incluso si fuera legítimo, que la evangelización no tendría otra novedad que la de los cambios del mundo. Esto podría querer decir que estos cambios son buenos, son progresos. Prefiero empezar con las exigencias del evangelio y de su proclamación. a nosotros hombres y mujeres del siglo veintiuno así como discípulos de Jesus, el evangelio y su proclamación nos deben parecer exigir la novedad.
Primero, subrayaré que el anuncio del evangelio corresponde más a una a declaración de amor que a la enseñanza de una doctrina. Lo haré comentando el discurso de apertura del último concilio por Juan XXXIII. Segundo, como una consecuencia, tendremos que contar con la historicidad de la verdad y con el giro antropológico de la teología. Tercero, una noticia breve conducirá nuestra mirada hacia quien se dirige el evangelio como una declaración de amor. Por lo tanto, en conclusión, podremos caracterizar la misión de la Iglesia, es decir la evangelización, el anuncio del evangelio.

1. La enseñanza de la Iglesia : el evangelio
La evangelización no se reduce a una enseñanza de un mensaje para el cual bastaría cambiar la forma según las épocas y los lugares. No es posible cambiar la forma si el mensaje es el evangelio. Efectivamente, cuadriforme, el evangelio no se puede resumir en fórmulas que hay que conocer, en un libro de texto. Es en el espacio creado por las diferencias entre los cuatros textos que se hace escuchar una buena noticia jamás oída. El evangelio no se reduce a los cuatros evangelios y estos textos antiguos suscitan lecturas siempre nuevas que nunca lo pueden agotar, porque el evangelio de Dios es Jesús mismo.[1]
Cuando abre el Concilio Vaticano segundo, hace cincuenta años, Juan XXIII pide que la fe, lo que llama la doctrina auténtica, sea propuesta de manera pastoral, es decir de manera que el sentido se comprenda para llevar su vida y no como una clase técnica o erudita, un saber puramente externo. Transformar el evangelio en una enseñanza y la evangelización en una catequesis es hacer de la verdad de la fe una clase, quizá muy inteligente, aunque es un camino lleno de aventura : venid y ved (Jn 1,39) pero sed prevenidos el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza (Mt 8,20).
[Estamos] estudiando la autentica doctrina y exponiéndola a través de las formas de investigación y de las formulas literarias del pensamiento moderno. Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del “depositum fidei”, y otra la manera de formular su expresión ; y de ello ha de tenerse gran cuenta – con paciencia si necesario fuese – ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral.[2]
El hecho de escuchar el evangelio y la predicación, la evangelización, son una entrada en dialogo o bien no son. La actualización de la predicación no es una historia de cambio de look que dejaría el fondo intacto, inmutablemente sagrado. A cada generación, para cada persona, hay que volver a empezar el dialogo que Dios lleva como con sus amigos. La evangelización esta, como la educación, siempre empezando de nuevo. La evangelización no se atesora ; es como la maná, que hay que recoger cada día. Creímos que estábamos en países cristianos, países evangelizados, y olvidamos hacer encontrarse el Dios que habla con todos y su pueblo, olvidamos que la evangelización empieza siempre de nuevo.
El carácter pastoral de la evangelización según Vaticano segundo – y por consiguiente el carácter pastoral del texto conciliario mismo – no es una capa de pintura para actualizar la antigua doctrina. Pastoral significa contextual, contingente, en el sentido que el dialogo que Dios instaura con la humanidad está siempre situado ; sin embargo, esta contextualidad, esta contingencia dice la esencia misma de este dialogo y, en este sentido, no es absolutamente contextual. La paradoja no es una contradicción ; expresa la paradoja de la fe, la de un Dios eterno que se revela en la historia. No es posible llegar al corazón de la fe independientemente de la situación en la cual intentamos anunciarla. No se puede distinguir el fondo y la forma en la evangelización como para una declaración de amor.
La pastoralidad es la llave que abre el sentido de la doctrina. ¿ Qué es la verdad de la Trinidad mientras la consideramos como una opinión incluso un dogma ? La verdad del dogma trinitario, en su comprensión, se abre solamente para los que, por gracia y en la comunidad, habían reconocido que Dios les amó primero (1 Jn 4,19). La doctrina es verdadera sólo si es amor, incluso en su dimensión más racional. Nosotros hemos conocido el amor y creído (1 Jn 4,16).
El evangelio es para, como Cristo es para. Esto es mi cuerpo para vosotros. Por nosotros los hombres y por nuestra salvación. Un mensaje privado de su destinatario no se puede entender. El evangelio no es una receta de cocina o un modo de empleo. El evangelio se asemeja a una declaración de amor o a un acto de adopción. Qué sería el amor o la filiación sin alianza, sin pacto, sin dialogo. La verdad del evangelio es dialogal, testamentaria. No se oponen doctrina y pastoral[3] como si hubiera de un lado la verdad doctrinal y de otro lado la adaptación pastoral, divulgación necesaria, empobrecimiento. No podemos pensar que si nuestros amigos, nuestros hijos y tantos de los que amamos no creen, no es porque rechazarían la fe sino porque que no han comprendido de qué se trata, que no han visto que ellos son los destinatarios.
El carácter pastoral de la enseñanza del que Juan XXIII habla designa la única manera de pensar la evangelización siguiendo al Dios que se hace conocer a los hombres. Así dice la constitución sobre la revelación : « Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. »[4] Es por eso que podemos decir con Pablo VI que « la Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra ; la Iglesia se hace mensaje ; la Iglesia se hace coloquio. »[5]

2. Historicidad de la verdad
El discurso de Juan XXIII puede ser considerado como la verdadera carta del concilio[6], la « llave para entender el resto »[7]. Sus consecuencias son grandes y encontramos quizá aquí la novedad más importante del concilio, incluso si el concilio no lo sabía, la conciencia, no de la historia sino de la historicidad[8]. El ser humano, y el ser de Dios si se pudiera decir, no es un invariante en contextos fluctuantes, pero el movimiento fluctuante del tiempo es un componente del ser. El tiempo es una manera de ser, de entender, de vivir. Tenemos hoy una concepción pluralista de lo que significa ser hombre o mujer. El sentido de nuestra humanidad no es dado, de una vez por todas, como un estado natural o una revelación. Tampoco está ante nosotros, al final del tiempo. El sentido de nuestra humanidad es una labor, un deber[9].
Ser, para el hombre, no significa ser un animal racional. Significa ser un ser vivo que tiene la palabra, un ser vivo que descubre, a diferencia de los animales, lo que tiene que ser, intentando entender el mundo, a los demás y a si mismo. Relegando una visión del ser humano que de ahora en adelante parece estática, no pretendo corregir la Antigüedad ni la época moderna, desde Aristóteles hasta Descartes. Constato que ya no podemos pensar de esta manera, o que las palabras de los ancianos ya no tienen sentido para nosotros[10]. El hombre se convierte para sí-mismo en una pregunta. Ya no le basta saber cosas, tiene que percibir que se trata de el. El pluralismo cultural, ofrecido por la facilidad de los medios de transporte y de comunicación, añade a este hecho que la existencia es una existencia con preguntas.
Si la fe no viene con el ser de pregunta, el ser de proyecto, no tiene sentido, es insensata, independientemente de toda mala fe, de todo rechazo explicito, de toda lucha ideológica y atea. Son poco frecuente los Michel Onfray que se pasan el tiempo destruyendo la fe. No conocemos sin duda ninguno. En cambio, muy cerca de nosotros, vivimos con mucha gente para la cual el evangelio no tiene sentido, o bien como una herencia cultural, lo que es por cierto, pero de manera secundaria.
El ser humano como proyecto, como deber ser hace del evangelio una manera de contestar para el hombre a este proyecto, a este deber de ser. El evangelio y la evangelización son humanización o bien no son. Antes de saber lo que es ser hombre, es decir qué modelo de humanidad queremos, importa el servicio de esta capacidad a ser, al servicio del cual se puso Jesucristo. Jesús no empezó a imponer un tipo de civilización, un tipo de moral. Se puso al servicio. No vino para que los hombres creyeran en él, sino para que fueran seres vivos. No parece haber condicionado la salvación. El evangelio es sin condición el Dios que se ofrece para que los hombres tengan la vida, comenzando por los pecadores.
Tenemos que subrayar otro punto del discurso de Juan XXIII ilustrando la situación pluralista y mostrando la historicidad de la verdad. Aplicar los métodos modernos en la enseñanza de la fe, como lo pide el Papa, significa leer la doctrina con instrumentos secularizados y no como partidarios de una ideología que tendríamos que defender, con métodos que nos serian propios. Seguro, una hermenéutica cristiana de la enseñanza cristiana no esta de hecho descalificada[11], pero será posible únicamente si se mide con otras lecturas, otros métodos. Podemos hablar de una secularización metodológica cuya beneficio más grande para la hermenéutica cristiana misma es que ya no es posible hablar anhistoricamente de la verdad cristiana.
El evangelio tiene una historia, su anuncio tiene una historia, sur tradición tiene una historia. Ya no podemos afirmar que Jesus instituyó la Iglesia y que esta Iglesia es la que conocemos, sin precisar que sin dubio, nunca Jesus habló de Iglesia, y que cuando el y además sus discípulos hablaron de Iglesia, ésta no es parecida a la que conocemos. Afirmar que la Iglesia como la conocemos es de institución divina necesita el rodeo por la interpretación teológica e histórica.
La conciencia de la historicidad, de la tensión fecunda entre historia y dogma, obliga a volver a lo que no siempre se sabía ni entendía, es decir que no hay conocimiento de Dios sino es por un conocimiento del hombre, que la teología es antropología[12]. Algunos denunciaron un tipo de desacralización de la fe. Lamentaron el antropocentrismo del concilio. Pero, desde que Dios se hizo hombre, el camino del conocimiento de Dios pasa por la humanidad.
El mundo moderno esta secularizado y no se piensa con relación à Dios, pero es el evangelio mismo que parece exigir este tipo de secularización para su propio anuncio. Algunos sociólogos hablan de « secularización interna del catolicismo»[13] ; por cierto, el evangelio expresa la fe pero en una cultura no religiosa. Otros hablan de la « salida del catolicismo »[14] por la Iglesia católica. La Iglesia católica no está atada al sistema social o político del catolicismo. No podemos confundir evangelio y modelo social, incluso cristiano, evangelio y civilización, incluso cristiana.

3. Un dialogo, dos interlocutores
Estas reflexiones nos permitieron decir que la evangelización es
un dialogo, un encuentro, derivado del propósito de alianza de Dios mismo con los hombres.
una historia de alianza que el vocabulario bíblico expresa con el esquema conyugal, amistoso o filial, declaración de amor o pacto de adopción.
un asunto de humanización, permitiendo que los hombres contesten a lo que tienen que ser, siguiendo a Cristo, que se hizo servidor de la vida de los hombres
siempre contextualizada, no limitada o no identificada a ninguna forma de cultura, de civilización o de moral.
Pensar el anuncio del evangelio como un dialogo es mas sorprendente de lo que parece. Si los cristianos tienen que decir algo, deben hacerlo en el dialogo, es decir que tienen también que escuchar al otro.
La constitución pastoral Gaudium et spes n°44 piensa que la Iglesia tiene que aprender del mundo. La distinción Iglesia-mundo como dos entidades extrañas la una para la otra es discutible. Sería mejor decir que la Iglesia es la humanidad, y quizá el mundo mismo, como salvada. Aceptemos esta facilidad que propone el esquema del dialogo.
Es evidente que las culturas que recibieron el evangelio, comenzando por la del pueblo de Israel, son las que dieron sus palabras al evangelio. Pero no es este hecho histórico, empezando siempre de nuevo, que quiero subrayar. Son también culturas no creyentes incluso adversarias del evangelio de las cuales los cristianos tienen que aprender.
La Iglesia necesita de modo muy peculiar la ayuda de quienes por vivir en el mundo, sean o no sean creyentes, conocen a fondo las diversas instituciones y disciplinas y comprenden con claridad la razón íntima de todas ellas. […] La Iglesia confiesa que le han sido de mucho provecho y le pueden ser todavía de provecho la oposición y aun la persecución de sus contrarios.
No se trata de hacer del ateo el héroe de los tiempos modernos. El creyente es a menudo mucho más crítico[15] y el ateo también es un creyente, el que cree que Dios no es[16]. En este asunto, nadie es mejor que nadie. ¿ Quiénes son los ateos ? Sin dubio no una categoría homogénea. Adversario de la Iglesia no significa de facto adversario del evangelio ; ateo militante, filosófico o libertino, indiferente o agnóstico, muchas posturas difícilmente compatibles. Hablemos de esta indiferencia siempre más real en nuestras familias, en nuestros vecinos o colegas de trabajo. No les podemos, evidentemente, considerar todos como depravados, o gente que rechazan reflexionar sinceramente.
No basta deplorar el cierre de los corazones a la transcendencia. Es imposible, en un primer tiempo, si queremos entrar en dialogo. Por cierto, partes de la sociedad se quieren deshacer de Dios y, sopretexto de laicidad, son anti-cristianos. La descristianización no volverá para atrás. Gana terreno. Pero el evangelio está demasiado desacreditado como fuerza de conversión, cuando pensamos en las malas obras de los cristianos ayer y hoy, para que comencemos darles la lección à los demás.
La postura de los que, de muchas maneras, no reciben el evangelio nos convoca a la purificación de la expresión y de la práctica del evangelio. En lo sucesivo es un hecho de la experiencia que se puede ser humano, y muy bien, sin Dios[17]. La fe ya no se pone en tela de juicio en tal o cual de sus afirmaciones o prácticas. Parece inútil. No perdió nada de su capacidad a contestar las exigencias de la razón, pero no hay razón de creer. No creemos para ser felices ya que es posible de otra manera. ¿ Nos atreveremos a decir que necesitamos creer ? Otros contestarán que no.
La fe se manifiesta en su debilidad. Pero es su suerte. Ya no llega con el prestigio de la grandeza ante la mirada del mundo. La razón de amar a Dios es Dios mismo[18]. No sabemos decir otra cosa que el hecho de haber sido alcanzados sin que ya hayamos alcanzado (Ph 3,12). No es lo irracional de la fe, sino el rechazo de reducir el evangelio a un medio con vistas para un fin. Todavía mas, es una crítica radical de todo utilitarismo, de todo lo que conoce como único criterio de juicio la utilidad. Dios no sirve para nada. Se ofrece por amor. ¿ Quién, habiendo oído esto, le podría decir que no le importa ?

4. La misión de la Iglesia o la evangelización hoy
¿ Qué es la misión de la Iglesia en un mundo que vive muy bien sin Dios, o, por lo menos, que no vive peor con o sin Dios ? ¿ Que es la evangelización, el anuncio del evangelio ?
Si el evangelio es gratuidad, no se puede imponer por cualquier medio de potencia, milagro, prestigio de tal o cual personalidad o estrella, dimensión gigantesca de grandes asambleas, campañas de publicidad como marketing, etc. El evangelio puede ofrecerse solamente y no tiene nada que demostrar. Tiene que avanzar desposeído, como Cristo, que desarmaba a sus interlocutores por la manera desinteresada de ir a su encuentro, esperando que una mano alcance la que le tiende.
Es la razón por la cual la Iglesia no tiene que preocuparse por sí misma. También tiene que ser desinteresada. El anuncio del evangelio no tiene como finalidad cristianizar el mundo. El anuncio del evangelio se preocupa solamente por el encuentro con los que, hasta ahora, no han conseguido entenderlo como una buena nueva. La Iglesia no tiene otro camino que el de su maestro, y este no esquivo la muerte.
¿ Sera necesario que la Iglesia, que nuestras iglesias mueran ? Ni idea. Ya son unas pequeñas greyes (LG 5 y 9 y Lc 12,32) y deben aceptar lo que son. No debe importarles su futuro sino su misión que es la del Hijo : que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia (Jn 10,10).
¿ Quiere decir esto que no deberíamos anunciar el evangelio ? En absoluto. Es la única cosa que tenemos que hacer, acercándonos, desarmados, a todos aquellos que amamos, es decir, a todos, ya que debemos amar a todos.
La evangelización reside en el servicio de la humanidad, en el servicio de la fraternidad. El resto os sera añadido. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas (Mt 6,33 y Lc 12,31). Sabemos perfectamente que los héroes del evangelio son los gigantes de la caridad. La misión de la Iglesia es el servicio de la fraternidad. Estando al servicio de una humanidad fraterna, la Iglesia anuncia el evangelio : Dios en su Hijo hace de todos nosotros hermanos, hace de todos nosotros sus hijos.
Por consiguiente nuestra misión interroga nuestra fraternidad, entre nosotros ya reunidos. ¿ Somos nosotros una comunidad cristiana, es decir una fraternidad ? ¿ La catequesis, la predicación, la misa del domingo, que mas, es una fraternidad ? Vivir como hermanos es nuestra misión si en esto conocerán todos que somos sus discípulos, si tuviéremos amor los unos con los otros (Jn 13,35). Es esto la evangelización. La Iglesia es anticipación y signo del Reino.
Sin embargo, el objetivo de esta fraternidad no es la constitución de una fraternidad separada, donde cada uno se siente bien, protegida del mundo exterior. El futuro de la Iglesia no es nuestro problema. La fraternidad de la Iglesia es servicio de la fraternidad humana. Construir la fraternidad humana es nuestra misión, nuestra manera de contestar a la vocación recibida del Señor. El servicio del hermano es el único y verdadero culto, y la liturgia es solamente la expresión de alguna manera metonímica de este culto.
Pero, la Iglesia no es la única en construir la fraternidad. Hay también en otras partes fraternidad y la misión de la Iglesia, la evangelización, consiste en nombrar los signos de fraternidad, descubrirlos como fraternidad, recoger los signos de los tiempos. El Señor Jesus puede no ser reconocido, da igual. De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (Mt 25,40). Estamos al servicio de la manifestación de la fraternidad. Esto significa, negativamente, que también tenemos que denunciar la injusticia. El evangelio no ha perdido nada de su poder de crítica y de su fuerza ética.
La novedad de la evangelización no es nueva, porque la novedad del evangelio no es una cuestión de fecha, ayer, hoy o mañana ; es la del hombre nuevo (Ep 2,15 ; 4,24), que hace todas las cosas nuevas (Is 43,19 ; 2 Co 5,17 ; Ap 21,5). La nueva evangelización es la necesidad para la Iglesia de comprometerse en una conversión, con el fin de tener más consciencia de su misión, de liberarse de sí misma y de anunciar, mediante la práctica de la justicia, la paternidad de aquel que en su Hijo hace de todos los hombres sus hijos adoptivos. La nueva evangelización no exige tanta que salgamos de nuestras sacristías, que organicemos cosas, que nos atrevamos a tomar la palabra. Exige nuestra conversión, la renovación de nuestra manera de pensar (Rm 12,2), incluso en la acción pastoral, de todo a lo que le damos valor, de nuestras divisiones parroquiales, nuestra manera de hacer, nuestras costumbres. Tenemos que poner el evangelio delante de nuestros hábitos incluso los mejores, delante de la Iglesia y su visibilidad.


[1] Expresión de Pablo VI en su exhortación apostólica de 1975 Evangilii nuntiani § 7.
[2] Traducción del texto italiano que el Papa citó el 23 diciembre del mismo año, dando a la traducción un estado tan oficial como el texto latino.
[3] C. Theobald, La réception du Concile Vatican II, op. cit., p. 255.
[4] Dei Verbum 2 (con referencia a Ex 33, 11 ; Jn 15, 14-15 y Ba 3,28).
[5] Pablo vi, Ecclesiam suam (6 de agusto 1964) n°27.
[6] A. Wenger, Vatican II, chronique de la première session, Centurion, Paris 1963, p. 38
[7] J.-B. Montini, « Lettre du Concile », L’Italia, 14 octobre 1962, citada por A. Wenger, op. cit., p. 69.
[8] Cf. M.-D. Chenu, « Vérité évangélique et métaphysique wolffienne à Vatican II », RSPT 57 (1973), pp. 632-640.
[9] Cf. « La conscience n’est pas origine mais tâche. », P. Ricœur, Le conflit des interprétations, Seuil, Paris 1969, p. 109.
[10] Cf. la periodización establecida por K. Rahner, justamente a propósito de la curva conciliaría, citada por C. Theobald, op. cit., pp. 513-514, la breva época del judío-cristianismo, la larga presencia de la Iglesia en la cultura europea, la entrada en una era de pluralismo. Misma idea in K. Rahner, Le courage du théologien, Cerf, Paris 1985, pp. 223-224.
[11] No creemos que estos métodos, porque modernos, no tendrían ideología, serian neutras. Ninguno método científico da la realidad tal cual es, sino contesta siempre a una interpretación o a un punto de vista sobre la realidad. Pero si utilizamos métodos modernos para leer el dogma cristiano, compartiremos con muchos contemporáneos la posibilidad de un punto de vista común. Le fe no tiene que temer nada de una mirada científica. Los errores serán denunciados, por cierto, pero es el camino de una conversión indispensable. Los índices de verdad serán mejor entendidos y esto será al servicio del evangelio.
[12] K. Rahner, Ecrits théologiques 10, DDB / Mame, Bruges 1970, p. 51 : « Por el cristianísimo ya no hay una teología que no sería en el mismo tiempo, si mezcla y sin separación, una antropología. »
[13] Cf.F.-A. Isambert, « la sécularisation interne du christianisme », Revue française de sociologie 17 (1976), pp. 573-589.
[14] H. Legrand, « Relecture et évaluation de L’histoire du concile Vatican II d’un point de vue ecclésiologique », Vatican II sous le regard des historiens, Mediasèvres, Paris 2006, p. 60.
[15] No olvidaremos que los primeros cristianos fueron a menudo condenados por ateísmo. Cf.P. F. Beatrice, « L’accusation d’athéisme contre les chrétiens », Hellénisme et christianisme, Presses universitaires du Septentrion, 2004, pp. 133-152.
[16] Cf. S. Germain, Rendez-vous nomades, Albin Michel, Paris 2012, p. 73.
[17] Cf. E. Jüngel, Dios como misterio del mundo (1977), Ediciones Sigueme, Salamenca 1984, pp. 35 y 37 : « El hombre puede ser humano sin Dios. El hombre ya no tiene en Dios el criterio de su propia necessidad y realidad, sino que se entiende (ya sea casual, ya necesariamnte) desde sí mismo. Precisamente por eso se pregunta : ¿ es Dios necesario ? […] Frente a esa postura me atrevo a decir que el descubrimiento de la no necesidad mundanal de Dios, no solamente ha de ser estudiada con modos auténticamente teológicos por la teología, sino también puede ser clasificado como un descubrimiento genuinamente teológico. Esto último por supuesto sin la intencíon de reclamar prioriades históricas o algo parecido, sino para hace recordar a la teología el genuino carácter teológico de esa verdad. »
[18] Bernard de Clervaux, Traité de l’amour de Dieu, I,1.

24/03/2012

Dieu et la mort (5ème dimanche de Carême)

Nous voulons voir Jésus (Jn 12,21). Alors que l’on parle de nouvelle évangélisation, nous pourrions rêver que l’on s’adresse ainsi à nous. Nous aimerions bien, comme disciples de Jésus, à la suite de Philippe, être abordés pour que nous montrions le Seigneur de notre foi.
Cependant, si l’on ne s’arrête pas à l’enthousiasme d’une lecture conditionnée par notre souci missionnaire dans un monde toujours plus déchristianisé, le texte de l’évangile nous convoque à une sorte de coup d’arrêt. Jésus, que Philippe et André sont allé chercher, comme des intermédiaires, parle de mort. Il parle de la sienne, mais l’inscrit dans un cadre plus général, non seulement la mort de chaque homme, mais la mort y compris des végétaux.
Si le grain de blé tombé en terre ne meurt pas, il reste seul. Mais s’il meurt, il donne beaucoup de fruit. (Jn 12,24)
Cette loi de la nature qui fait passer la vie par la mort n’est pas le simple constat du naturaliste. C’est le cri d’un homme bouleversé au point de ne même pas se réjouir de ce que des Grecs, des païens, cherchent à le voir, qui n’a même plus la politesse de les accueillir. Comme si l’adresse de l’évangile à tout homme, à l’humanité, devait passer par la mort de Jésus, comme si l’universalité de l’évangile comme abondance de fruit devait passer par la mort. Et de fait.
Maintenant je suis bouleversé. Que puis-je dire ? Dirai-je : Père, délivre-moi de cette heure ? Mais non ! C’est pour cela que je suis parvenu à cette heure-ci. (Jn 12,27)
Si Jésus est ainsi sens dessus dessous, nous avons de quoi accepter notre propre révolte. Que la loi de la vie passe par la mort, voilà qui justement, pour l’homme, ce vivant qui pense son existence, ne passe pas, ne peut pas passer. Il y a scandale, ce qui fait trébucher.
Le Christ, pendant les jours de sa vie mortelle, a présenté, avec un grand cri et dans les larmes, sa prière et sa supplication à Dieu qui pouvait le sauver de la mort ; et, parce qu’il s’est soumis en tout, il a été exaucé. Bien qu’il soit le Fils, il a pourtant appris l’obéissance par les souffrances de sa Passion ; et, ainsi conduit à sa perfection, il est devenu pour tous ceux qui lui obéissent la cause du salut éternel. (He 5, 7-9)
On dira que Jésus finalement consent. Mais ce n’est pas pour dire oui à la mort. C’est plutôt pour lui apporter le non définitif. C’est pour tuer la mort si l’on peut dire, qu’il se livre à la mort. L’acceptation de l’heure, l’accueil de l’heure n’entretient aucune complicité avec la mort. L’acceptation de l’heure est l’achèvement, l’extrême de l’amour du Père pour le monde, la possibilité de ce qu’enfin, la parole du Père puisse être adressée de façon audible, à tout homme, de toute culture, de tous les temps. L’acceptation de l’heure n’a de sens que pour la récolte des fruits. Le semeur ne consent à sacrifier le grain que parce qu’il en attend une récolte. Si toute la semence est mangée par les oiseaux ou détruite par les intempéries, les semailles sont vaines. Sans la récolte les semailles sont folies.
La mort de Jésus est folie. Elle révolte jusqu’à Dieu. Comment le Père qui est un avec le Fils ne serait-il pas profondément atteint par la mort de cet homme ? Dieu est bouleversé par chaque mort humaine. Car Dieu n’a pas fait la mort, il ne prend pas plaisir à la perte des vivants (Sg 1,13). Qui donc est Dieu pour laisser son Fils livré à la mort ?
Avec le Fils, il a engagé le grand combat. Il faut détruire la mort et je ne trouve pour l’exprimer pas d’autre manière que de dire qu’en s'y livrant, il la fait exploser de l’intérieur. C’est comme si le Fils, Dieu lui-même, source intarissable de vie, en entrant dans la mort, la faisait voler en éclat, anéantissait le néant de la mort.
Le prophète donne le sens de notre rassemblement. Nous anticipons dans l’eucharistie le festin des noces de l’agneau, lorsque le Seigneur aura fait disparaître la mort pour toujours. Le Seigneur, le tout-puissant, va donner sur cette montagne un festin pour tous les peuples, un festin de viandes grasses et de vins vieux, de viandes grasses succulentes et de vins vieux décantés. Il fera disparaître la mort pour toujours. Le Seigneur Dieu essuiera les larmes sur tous les visages (Is 25,6.8).

23/03/2012

Qu'est-ce que la nouveauté de l'évangélisation ?

Quelle est la mission de l’Eglise dans le monde d’aujourd’hui ? Telle est la signification d’une interrogation sur l’évangélisation. Si nouveauté de l’évangélisation il y a, on ne le saura qu’en examinant ce en quoi la mission devrait consister. Et l’on ne peut répondre à cette question qu’en soulignant la mention du monde d’aujourd’hui.
On ne peut prétendre annoncer l’évangile si l’on ne connaît pas ceux auxquels on s’adresse. L’évangélisation n’est pas la même selon que l’on est au deuxième, au quinzième ou au vingt-et-unième siècle, selon que l’on s’adresse à des malgaches ou à des européens, à des milieux universitaires et scientifiques ou à des personnes sans accès à la culture livresque.
Cependant, paradoxalement, je ne partirai pas d’une analyse de ce monde pour dire la nouveauté de l’évangélisation. Cela, bien que fort légitime, pourrait laisser penser que l’évangélisation n’aurait de nouveauté que d’être à la remorque des changements du monde. Cela pourrait laisser penser que ces changements sont a priori bons, sont considérés comme des progrès. Je préfère ne pas entrer dans ce type de débats et partir des exigences internes de l’évangile et de sa proclamation. C’est l’évangile et sa proclamation qui nous apparaîtront, à nous hommes et femmes du XXIe siècle tout autant que disciples de Jésus, devoir exiger une nouveauté.
Dans un premier temps, je soulignerai que l’annonce de l’évangile relève plus de la déclaration d’amour que de l’enseignement d’une doctrine. Je le ferai en commentant le discours d’ouverture du dernier Concile par Jean XXIII. Dans un deuxième temps, comme une conséquence, nous serons amenés à prendre en compte l’historicité de la vérité et le tournant anthropologique de la théologie. Dans un troisième temps, une courte notre tournera notre regard du côté de celui auquel l’évangile est adressé comme une déclaration d’amour. Alors, en conclusion, nous pourrons caractériser la mission de l’Eglise, l’évangélisation, l’annonce de l’Evangile.

1. L’enseignement de l’Eglise : l’évangile
L’évangélisation ne se réduit pas à l’enseignement d’un message dont il suffirait de modifier la forme selon les époques et les lieux. Cela paraît d’ailleurs assez impossible, si le message c’est l’évangile. Quadrimorphe, l’évangile ne se résume pas en des formules à connaître. C’est dans l’écart instauré par les différences entre les quatre textes que se laisse entendre l’à jamais inouï de la bonne nouvelle. L’évangile ne se réduit pas aux quatre évangiles et ces vieux textes suscitent toujours de nouvelles lectures qui ne parviennent pas à l’épuiser, parce que l’évangile de Dieu, c’est Jésus lui-même.[1]
Lorsqu’il ouvre, il y a juste cinquante ans, le concile Vatican II, Jean XXIII demande à ce que la foi, ce qu’il appelle la doctrine authentique, soit exposée de manière pastorale, c’est-à-dire de façon à ce que l’on en saisisse le sens pour mener sa vie et non de façon érudite, scolaire ou technique, comme un savoir qui pourrait demeurer extérieur. Transformer l’évangile en enseignement et l’évangélisation en catéchisme, en cours de catéchisme ou en manuel plus ou moins scolaire, c’est faire de la vérité de la foi une leçon – potentiellement, très intelligente – alors qu’elle est une suite aventureuse : venez et vous verrez (Jn 1,39) mais soyez prévenus, le Fils de l’homme n’a pas où reposer la tête (Mt 8,20).
Il faut que cette doctrine authentique soit étudiée et exposée suivant les méthodes de recherche et la présentation dont use la pensée moderne. Car autre est la substance du dépôt de la foi, autre la formulation dont on la revêt ; et il faut tenir compte de cette distinction ‑ avec patience au besoin – en mesurant tout selon les formes et les proportions d’un magistère à caractère surtout pastoral.[2]
L’écoute de l’évangile et la prédication, l’évangélisation, sont entrée en dialogue ou ne sont pas. L’actualisation de la prédication n’est pas histoire de relookage qui laisserait le fond intact, immuablement sacré. A chaque génération, avec chaque personne, il faut recommencer le dialogue que Dieu mène comme avec ses amis. L’évangélisation, c’est comme l’éducation, toujours à recommencer. L’évangélisation ne se thésaurise pas ; elle est comme la manne qu’il faut ramasser chaque jour. On a cru que l’on était dans des pays chrétiens, des pays évangélisés et l’on a oublié de faire se rencontrer le Dieu qui s’adresse à chacun avec son peuple, et l’on a oublié que l’évangélisation était toujours à recommencer.
Le caractère pastoral de l’évangélisation selon Vatican II – et par conséquent le caractère pastoral du texte conciliaire lui-même ‑ n’est pas une couche de peinture qui mettrait au goût du jour l’antique doctrine. Pastoral signifie assurément contextuel, contingent, au sens où le dialogue que Dieu instaure avec l’humanité est toujours situé ; cependant cette contextualité, cette contingence, dit l’essence même de ce dialogue et, en ce sens, n’est absolument pas contextuel. Le paradoxe n’est pas contradiction ; il exprime le paradoxe de la foi, celle d’une Dieu éternel qui se révèle dans l’histoire. Il est impossible de parvenir au cœur de la foi indépendamment d’une situation dans laquelle on cherche à le dire. On ne peut pas plus distinguer le fond de la forme de l’évangile, de l’évangélisation, que d’une déclaration d’amour.
La pastoralité est la clef qui ouvre le sens de la doctrine. Qu’est la vérité de la Trinité tant qu’on la considère comme une opinion ou même un dogme ? La vérité du dogme trinitaire, dans son intelligence, ne s’ouvre qu’à ceux qui, par grâce, et dans la communauté, ont reconnu que Dieu le premier les a aimés (1 Jn 4,19). La doctrine n’est vraie, jusque dans sa rationalisation la plus radicale, qu’à être amour. Nous avons connu l’amour et nous y avons cru (1 Jn 4,16).
L’évangile est pour, comme le Christ est pour. C’est mon corps pour vous. Pour nous les hommes et pour notre salut. Un message privé de son destinataire n’est que rarement compréhensible. L’évangile n’est pas une recette ou un mode d’emploi. L’évangile s’apparente à une déclaration d’amour et à un acte d’adoption. Que serait l’amour ou la filiation sans alliance, sans partenariat, sans dialogue. La vérité de l’évangile est dialogale, elle est testamentaire. On ne saurait opposer doctrine et pastorale[3], comme s’il y avait la vérité doctrinale d’un côté et l’adaptation pastorale, nécessaire vulgarisation, appauvrissement. On peut penser que si nos amis, nos enfants, et tant de ceux que nous aimons ne partagent pas la foi, ce n’est pas tant qu’ils la rejettent, mais qu’ils n’ont pas compris de quoi il s’agit, qu’ils n’ont pas vu qu’on s’adressait à eux.
Le caractère pastoral de l’enseignement dont parle Jean XXIII désigne la seule façon d’envisager l’évangélisation à la suite du Dieu qui s’est lui-même fait connaître aux hommes. Ainsi s’exprime à son tour la constitution dogmatique sur la révélation : « Le Dieu invisible s’adresse aux hommes en son surabondant amour comme à des amis, il s’entretient avec eux pour les inviter et les admettre à partager sa propre vie. »[4] C’est pourquoi nous pouvons dire, avec Paul VI que « l’Eglise doit entrer en dialogue avec le monde dans lequel elle vit. L’Eglise se fait parole ; l’Eglise se fait message ; l’Eglise se fait conversation. »[5]

2. L’historicité de la vérité
Le discours de Jean XXIII peut-être considéré comme la véritable charte du concile[6], « la clef pour comprendre le reste »[7]. Ses conséquences sont grandes et l’on tient peut-être la plus grande nouveauté du dernier Concile, dont il n’était sans doute pas conscient, la prise en compte non pas de l’histoire, mais de l’historicité[8], le fait que l’être de l’homme – et l’être de Dieu si l’on ose parler ainsi – n’est pas un invariant dans des contextes fluctuants, mais que le mouvement fluctuant du temps est un composant de cet être. Le temps est une manière d’être, de comprendre, de vivre. Nous avons aujourd’hui une conception pluraliste de ce que signifie être homme et femme. Le sens de notre humanité n’est pas donné, une fois pour toute, dans un état de nature ou une révélation. Il n’est pas non plus au devant de nous, dans une sorte de manifestation du grand soir. Le sens de notre humanité est une tâche, un devoir[9].
Etre, pour l’homme, cela ne veut pas dire être un animal rationnel. Cela veut dire être un vivant qui a la parole, autrement dit, un vivant qui découvre, à la différence des autres vivants, ce qu’il a à être en tentant de comprendre le monde qui l’entoure, les autres et lui-même. En reléguant une vision qui paraît désormais statique de l’être de l’homme, je ne prétends évidemment pas corriger l’Antiquité ni la période dite Moderne, d’Aristote à Descartes. Je constate que nous ne pensons plus de la même façon, ou du moins que les mots qu’employaient les anciens ne font plus sens pour nous[10]. L’homme est devenu à lui-même une question. Il ne lui suffit plus de savoir des choses, il faut qu’il perçoive en quoi cela le concerne. Le pluralisme culturel, servi sur un plateau par la facilité des transports et l’accès aux medias, ne fait qu’en rajouter au fait que l’existence est une existence questionnée.
Si la foi ne rejoint pas l’être de question, l’être de projet, elle ne fait pas sens, elle est insensée, indépendamment de toute mauvaise foi, de tout refus explicite, de tout combat idéologique athée. Ils sont très rares finalement les Michel Onfray à passer leur temps à détruire la foi. Nous n’en connaissons sans doute aucun personnellement. En revanche, et très près de nous, nous vivons avec des tas de gens pour qui l’évangile ne fait pas sens, ou alors au mieux comme un héritage culturel, ce qu’il est certes, mais de façon bien secondaire.
L’être de l’homme comme projet, comme devoir être fait de l’évangile une manière pour l’homme de répondre à ce projet, à ce devoir être. L’évangile et l’évangélisation sont humanisation ou ne sont pas. Avant même de savoir ce qu’est être homme, c’est-à-dire quel modèle d’humanité on vise, importe le service de cette capacité à être auquel Jésus-Christ s’est mis. Jésus n’a pas commencé par imposer un type de civilisation, un type de morale. Il s’est mis au service. Il n’est pas venu pour que les hommes croient en lui, mais pour qu’ils soient vivants. Il ne semble pas avoir conditionné le salut. L’évangile est sans condition le Dieu qui s’offre pour que les hommes aient la vie, à commencer par les pécheurs.
Il faut souligner un autre point du discours de Jean XXIII qui illustre la situation de pluralisme et met en évidence l’historicité de la vérité. Appliquer les méthodes modernes à l’enseignement de la foi, ainsi que le recommande le Pape, cela veut dire lire la doctrine avec les instruments sécularisés et non plus comme les partisans d’une idéologie à défendre, avec des méthodes qui leur seraient propres. Non qu’une herméneutique proprement chrétienne de l’enseignement chrétien serait de facto disqualifiée[11], mais elle ne sera possible qu’à condition de se confronter à d’autres lectures, à d’autres méthodes. On peut parler d’une sécularisation méthodologique dont le gain le plus grand pour l’herméneutique théologique elle-même réside dans le fait que l’on ne plus parler anhistoriquement de la vérité chrétienne.
L’évangile a une histoire, son annonce a une histoire, sa tradition est une histoire. Nous ne pouvons plus affirmer que Jésus a institué l’Eglise et que cette Eglise est celle que nous connaissons sans préciser que Jésus n’a sans doute jamais parlé de l’Eglise et que quand lui et surtout ses disciples ont parlé de l’Eglise, cela ne ressemblait pas du tout à ce que nous connaissons. Affirmer que l’Eglise telle que nous la connaissons est d’institution divine requiert le détour par l’interprétation théologique et historique.
Cette prise de conscience de l’historicité, de la féconde tension entre histoire et dogme, nous oblige à revenir à ce l’on n’a pas toujours vu ni compris, à savoir qu’il n’y a de connaissance de Dieu que par une connaissance de l’homme, que la théologie est anthropologie[12]. Certains ont dénoncé une sorte de désacralisation de la foi. Ils ont regretté l’anthropocentrisme du concile. Mais depuis que Dieu s’est fait homme, le chemin de la connaissance de Dieu passe par l’humanité.
Le monde moderne est sécularisé et ne se pense plus par rapport à Dieu, mais c’est l’évangile lui-même qui semble exiger une sorte de sécularisation de sa propre annonce. Certains sociologues parlent de « sécularisation interne du catholicisme »[13] ; certes, l’évangile exprime la foi mais dans une culture non-religieuse. D’autres parlent de « la sortie du catholicisme »[14] par l’Eglise catholique. L’Eglise catholique n’est pas liée à la forme sociale et politique du catholicisme. Nous ne pouvons confondre évangile et modèle social, même chrétien, évangile et civilisation, même chrétienne.

3. Un dialogue, deux interlocuteurs
Ces réflexions nous ont permis de dire que l’évangélisation est
- un dialogue, une rencontre, dérivée du dessein d’alliance de Dieu lui-même avec les hommes
- est une histoire d’alliance, ce que le vocabulaire biblique exprime sous les schèmes conjugaux, amicaux ou filiaux, déclaration d’amour ou acte d’adoption
- est une affaire d’humanisation, permettant aux hommes de répondre à ce qu’ils ont à être, à la suite du Christ qui s’est fait le serviteur de la vie des hommes.
- toujours contextualisée, n’est limitée ou ne s’identifie à aucune forme de culture, de civilisation ou de morale.
Penser l’annonce de l’évangile comme un dialogue est plus surprenant qu’il y paraît. Si les chrétiens ont quelque chose à dire, ils le doivent dans le dialogue, ce qui signifie qu’ils ont aussi quelque chose à écouter.
La constitution pastorale Gaudium et spes en son numéro 44 estime que l’Eglise doit apprendre du monde. La distinction Eglise-monde comme deux entités extérieures l’une à l’autre est contestable. On aurait sans doute intérêt à dire que l’Eglise c’est l’humanité, et peut-être même le monde, en tant que sauvée. Mais acceptons cette facilité que suggère le modèle du dialogue.
Il est bien évident que les cultures qui ont reçu l’évangile, à commencer par celle du peuple Juif, sont celles qui ont donné ses mots à l’évangile. Mais ce n’est pas ce fait historique, sans cesse renouvelé, que je veux souligner ici. Ce sont aussi de cultures non croyantes voire adversaires de l’évangile que les chrétiens sont invités à apprendre.
L’Église, surtout de nos jours où les choses vont si vite et où les façons de penser sont extrêmement variées, a particulièrement besoin de l’apport de ceux qui vivent dans le monde, et en épousent les formes mentales, qu’il s’agisse des croyants ou des incroyants. […] L’Église reconnaît que, de l’opposition même de ses adversaires et de ses persécuteurs, elle a tiré de grands avantages et qu’elle peut continuer à le faire.
Il ne s’agit pas de faire de l’athée le héros des temps modernes. Le croyant est souvent bien plus critique[15] et l’athée est aussi un croyant, celui qui croit que Dieu n’est pas[16]. En cette affaire, personne n’a d’avantage sur personne. Qui sont les athées ? Sans doute pas une catégorie homogène de personnes. Adversaire de l’Eglise ne signifie pas de facto adversaire de l’évangile ; athée militant, philosophe ou libertin, indifférent ou agnostique, combien de postures difficilement comparables. Parlons de cette indifférence toujours plus réelle de ceux de nos familles, de nos voisins, de nos collègues de travail. Nous ne pouvons évidemment pas les considérer tous comme des dépravés ou des gens qui refusent de réfléchir honnêtement.
Il ne suffit pas de déplorer la fermeture des cœurs à la transcendance. C’est de toute façon, en un premier temps impossible, si l’on veut entrer en dialogue. Certes, des pans de la société veulent se débarrasser de Dieu et, sous prétexte de laïcité, sont anti-chrétiens. La déchristianisation ne reviendra pas en arrière. Elle gagne même du terrain. Mais l’évangile est trop discrédité comme force de conversion vues les basses œuvres des chrétiens hier et aujourd’hui pour que nous puissions commencer par faire la morale aux autres.
La posture de ceux qui, de multiples manières, ne reçoivent pas l’évangile nous convoque à la purification de l’expression et de la pratique de l’évangile. Est désormais un fait de l’expérience que l’on peut être homme, et très bien, sans Dieu[17]. La foi n’est plus même alors contestée dans telle ou telle de ses affirmations ou pratiques. Elle apparaît inutile. Elle n’a rien perdu de sa capacité à répondre aux exigences de la raison, mais elle n’a plus de raison. On ne peut pas dire qu’il soit stupide de croire, mais il n’y a pas de raison de croire. On ne croit pas pour être heureux puisque c’est possible autrement. Oserait-on alors affirmer que nous en avons besoin ? D’autres répondront que tel n’est pas leur cas.
La foi apparaît dans sa faiblesse. Mais c’est sans doute sa chance. Elle n’arrive plus avec le prestige de l’avantage, de la grandeur aux yeux du monde. La raison d’aimer Dieu, c’est Dieu même[18]. Nous ne savons pas dire autre chose que le fait d’avoir été saisi sans nous-mêmes saisir déjà (Ph 3,12). Non pas l’irrationnel de la foi, mais le refus de réduire l’évangile à un moyen en vue d’autre chose. Plus encore, critique radicale de tout utilitarisme, de tout ce qui ne connaît comme seul critère de jugement que l’utilité. Dieu ne sert à rien. Il s’offre par amour. Qui, ayant entendu cela, pourrait lui dire qu’il n’en a rien à faire ?

4. La mission de l’Eglise ou l’évangélisation aujourd’hui
Que devient la mission de l’Eglise dans un monde qui vit très bien sans Dieu, ou du moins qui ne vit pas plus mal avec ou sans Dieu ? Qu’est l’évangélisation, l’annonce de l’évangile ?
Si l’évangile est la gratuité, il ne peut s’imposer par quelque moyen de puissance que ce soit, miracle, prestige de telle ou telle personnalité ou vedette, dimension gigantesque de grands rassemblements, campagne de pub à la manière d’un marketing, etc. Il ne peut que s’offrir et n’a rien à démontrer. Il doit avancer démuni, ainsi que le Christ qui désarmait ses interlocuteurs par la manière désintéressée d’aller à la rencontre, espérant qu’une main saisirait celle qu’il tend.
C’est pourquoi l’Eglise n’a pas à se préoccuper d’elle-même. Elle aussi doit être désintéressée. L’annonce de l’évangile n’a pas pour but de christianiser le monde. L’annonce de l’évangile est préoccupée seulement par la rencontre avec ceux qui pour l’heure n’ont pas encore réussi à l’entendre comme une bonne nouvelle. L’Eglise n’a d’autre chemin que celui de son Maître, et celui-ci n’a pas callé même devant la mort.
Faudra-t-il que l’Eglise, que nos Eglises meurent ? Je n’en sais rien. Elles sont déjà petit troupeau (LG 5 et 9, Lc 12,32) et doivent consentir à ce qu’elles sont. Ne doit pas leur importer leur devenir mais leur mission qui est celle du Fils : que les hommes aient la vie et qu’ils l’aient en abondance (Jn 10,10).
Est-ce à dire que nous n’aurions pas à annoncer l’évangile ? Assurément pas. C’est la seule chose que nous ayons à faire, en nous approchant, désarmés, de tous ceux que nous aimons, c’est-à-dire de tous, car c’est tous que nous devons aimer.
L’évangélisation réside dans le service de l’humanité, dans le service de la fraternité. Le reste sera donné par surcroît. Cherchez le Royaume et sa justice, et le reste sera donné par surcroît (Mt 6,33, Lc 12,31). Nous savons bien que les hérauts de l’évangile sont les géants de la charité. La mission de l’Eglise c’est le service de la fraternité. C’est en étant au service d’une humanité fraternelle qu’elle annonce l’évangile : Dieu en son Fils fait de nous tous des frères, fait de nous tous ses enfants.
Alors notre mission interroge notre fraternité, entre nous, déjà rassemblés. Est-ce bien cela une communauté chrétienne ? Est-ce une fraternité ? Le caté, la prédication, la messe du dimanche, que sais-je encore, est-ce une fraternité ?[19] Vivre en frères est notre mission si c’est à l’amour que nous avons les uns pour les autres que nous serons reconnus comme ses disciples (Jn 13,35). C’est cela l’évangélisation. L’Eglise est anticipation et signe du Règne.
Cependant il est bien clair que le but de cette fraternité n’est pas la constitution d’une fraternité séparée, bien chaude, à l’abri du reste. Le devenir de l’Eglise n’est pas notre affaire. La fraternité de l’Eglise est service de la fraternité humaine. Il n’y a qu’une fraternité humaine au service de laquelle l’Eglise est engagée. Construire la fraternité est sa mission, sa manière de répondre à la vocation reçue du Seigneur. Le service du frère est l’unique et véritable culte et la liturgie n’est que l’expression en quelque sorte métonymique de ce culte.
Mais l’Eglise n’est pas la seule à construire la fraternité. Il y a ailleurs aussi de la fraternité et la mission de l’Eglise, l’évangélisation, c’est encore de nommer les signes de fraternité, repérer la fraternité, relever les signes des temps. Le Seigneur Jésus peut n’être pas reconnu, peu importe. Ce que vous avez fait à l’un de ces petits qui sont les miens, c’est à moi que vous l’avez fait (Mt 25,40). Nous sommes au service de la manifestation de la fraternité. Cela signifie, négativement, que nous sommes aussi tenus de dénoncer l’injustice. L’évangile n’a rien perdu de sa puissance critique et sa force éthique.
La nouveauté de l’évangélisation n’est pas nouvelle, parce que la nouveauté de l’évangile n’est pas une affaire de date, hier, aujourd’hui ou demain ; elle est celle de l’homme nouveau (Ep 2,15 ; 4,24) qui fait toute chose nouvelle (Is 43,19 ; 2 Co 5,17 ; Ap 21,5). La nouvelle évangélisation, c’est la nécessité pour l’Eglise de s’engager dans une conversion, afin d’être remise en face de sa mission, la fraternité, de se déposséder d’elle-même et d’annoncer par la pratique de la justice la paternité de celui qui en son fils fait de tous les hommes ses enfants d’adoption. La nouvelle évangélisation ne réclame pas tant que nous sortions de nos sacristies, que nous organisions des choses, que nous osions prendre la parole. Elle exige notre conversion, le renouvellement de nos manières de penser (Rm 12,2), y compris en pastorale, de tout ce à quoi nous tenons tant, de nos découpages paroissiaux, nos manières de faire, nos coutumes. Il nous faut mettre l’évangile avant nos habitudes même les meilleures, avant l’Eglise et sa visibilité.


[1] Expression de Paul VI dans son exhortation apostolique de 1975 Evangilii nuntiani § 7.
[2] Traduction du texte italien donnée par C. Theobald, La réception du Concile Vatican II, I, Paris, Cerf, 2009, p. 255. Le texte latin publié par l’Osservatore Romano et traduit par la DC 1383 (1962) dit : « Il faut que cette doctrine [la foi catholique] certaine et immuable, qui doit être respectée fidèlement, soit approfondie et présentée de la façon qui répond aux exigences de notre époque. En effet, autre est le dépôt lui-même de la foi, c’est-à-dire les vérités contenues dans notre vénérable doctrine, et autre est la forme sous laquelle ses vérités sont énoncées, en leur conservant toutefois le même sens et la même portée. » Le texte italien du Pape a été cité par le Pape le 23 décembre de la même année, lui conférant ainsi un statut certain, autre que celui d’une traduction défectueuse (DC 1931 (1963), p. 101).
[3] C. Theobald, La réception du Concile Vatican II, op. cit., p. 255.
[4] Dei Verbum 2 (avec renvois à Ex 33, 11 ; Jn 15, 14-15 et Ba 3,28).
[5] Paul vi, Ecclesiam suam (6 août 1964). La citation constitue à elle seule le n°67 dans l’édition française.
[6] A. Wenger, Vatican II, chronique de la première session, Centurion, Paris 1963, p. 38
[7] J.-B. Montini, « Lettre du Concile », L’Italia, 14 octobre 1962, cité par A. Wenger, op. cit., p. 69.
[8] Cf. M.-D. Chenu, « Vérité évangélique et métaphysique wolffienne à Vatican II », RSPT 57 (1973), pp. 632-640.
[9] Cf. « La conscience n’est pas origine mais tâche. », P. Ricœur, Le conflit des interprétations, Seuil, Paris 1969, p. 109.
[10] Cf. la périodisation établie par K. Rahner, dans le volume XIV des Schriften justement à propos du tournant conciliaire, citée par C. Theobald, op. cit., pp. 513-514, la courte période du judéo-christianisme, la longue présence de l’Eglise dans la culture européenne, l’entrée dans une ère du pluralisme. On retrouve cela dans K. Rahner, Le courage du théologien, Cerf, Paris 1985, pp. 223-224.
[11] N’allons pas croire que parce que ces méthodes seraient modernes elles seraient, elles, dépourvues d’idéologie ; elles seraient elles, neutres. Non, aucune méthode scientifique ne rend la réalité telle qu’elle est mais répond toujours déjà à une interprétation ou au minimum un point de vue sur la réalité. Mais si l’on use des méthodes modernes pour lire le dogme chrétien, on partagera avec nombre de contemporains la possibilité d’un point de vue commun. La foi n’a rien à craindre d’un regard qui se veut scientifique. Les erreurs seront dénoncées, certes, mais c’est le chemin d’une conversion de toute façon indispensable. Les indices de vérité seront mieux compris, et ce n’est que service de l’évangile.
[12] K. Rahner, « Humanisme chrétien », Ecrits théologiques 10, DDB / Mame, Bruges 1970, p. 51 : « Il n’y a plus pour le christianisme de théologie qui ne soit en même temps, sans mélange et sans séparation, une anthropologie. »
[13] Cf.F.-A. Isambert, « la sécularisation interne du christianisme », Revue française de sociologie 17 (1976), pp. 573-589.
[14] H. Legrand, « Relecture et évaluation de L’histoire du concile Vatican II d’un point de vue ecclésiologique », Vatican II sous le regard des historiens, Mediasèvres, Paris 2006, p. 60.
[15] On ne saurait oublier que les premiers chrétiens furent souvent condamnés pour athéisme. Cf. P. F. Beatrice, « L’accusation d’athéisme contre les chrétiens », Hellénisme et christianisme, Presses universitaires du Septentrion, 2004, pp. 133-152.
[16] Cf. S. Germain, Rendez-vous nomades, Albin Michel, Paris 2012, p. 73.
[17] Cf. E. Jüngel, Dieu mystère du monde, Fondement de la théologie du crucifié dans le débat entre théisme et athéisme (1977), Paris, Cerf 1983, pp. [19-21] : « L’homme peut être humain sans Dieu. Le critère de la nécessité et de la réalité propres à l’homme n’est plus Dieu ; l’homme se comprend, que ce soit comme hasard ou comme nécessité, à partir de soi-même. Et voilà pourquoi il pose à son tour la question : Dieu est-il nécessaire ? […] En face de cela, j’ose affirmer que la découverte de la non-nécessité mondaine de Dieu peut être exploitée par la pensée théologique d’une manière authentiquement théologique et qu’on peut même y voir une découverte authentiquement théologique, non pas évidemment pour revendiquer à son profit une priorité historique, mais simplement pour rappeler à la théologie le caractère vraiment théologique de cette vérité. »
[18] Bernard de Clervaux, Traité de l’amour de Dieu, I,1.
[19] L’article de J. Ratzinger, « Fraternité » Dictionnaire de spiritualité V, Beauchesne, Paris 1964, col 1147 et 1151 demeure une référence sur la fraternité comme titre ecclésial après 1 P 2,17 et 5,19.

17/03/2012

Prier sans temple ou l'interdit des idoles (4ème dimanche de Carême)


L’exil à Babylone est évidemment une catastrophe, non seulement pour le peuple, mais pour Dieu lui-même. La déportation du peuple juif, du moins des survivants, semble rendre impossible tout culte au Seigneur. Ainsi le psaume s’interroge-t-il : comment chanterions-nous un chant du Seigneur sur une terre étrangère ?
Mais dans le psaume lui-même, un indice de ce que la dévastation du temple n’est pas la fin. Mieux, la dévastation du temple se révèle d’une fécondité sans précédent. On tremble à dire cela, comme si le mal, la mort et la déportation étaient la cause d’un bien. Non évidemment. Le mal ne peut jamais être justifié.
Mais du fond de sa misère, le reste du peuple puise encore quelque force. C’est un chant, c’est le psaume qui dit l’impossibilité du chant. Si le chant était impossible, si la prière était impossible, il n’y aurait plus de prière, plus de psaume à Babylone.
L’évidence de la désertion du temple et de Jérusalem, racontée par le psaume, subrepticement, est contredite. La complainte est un chant, le cri une prière. Les harpes pendues aux arbres, inutiles qu’elles sont au bord du fleuve de la déportation, laissent jaillir a capella le psaume que nous avons entendu : Sur les fleuves de Babylone, nous étions assis et nous pleurions, nous souvenant de Sion. Aux saules des alentours, nous avions pendus nos harpes. C’est là que nos vainqueurs nous demandèrent des chansons. Chantez-nous, disaient-ils, quelques chants de Sion. Comment chanterions un chant au Seigneur sur une terre étrangère ?
Comment cela est-il possible ? Comment l’impossibilité évidente du chant, refus d’oublier Jérusalem, fait-il sourdre le chant ? Comment souhaiter que sa langue soit arrachée plutôt que d’oublier Jérusalem, et parler encore grâce à cette langue ?
Le temple d’Israël est déjà un lieu fort curieux. Il est vide. Pas de statut représentant le dieu. Et quand l’arche d’alliance habitait le saint des saints, c’était pour qu’on y lise, ainsi que dimanche dernier : tu ne feras pas d’image sacrée. D’après le livre des Chroniques que nous venons d’entendre, c’est justement à avoir multiplié les idoles que l’on attribue la catastrophe de l’exil.
C’est la pente naturelle. Combler l’absence de Dieu. Mettre du plein dans le vide. Refuser le manque, avoir peur du désir. Les religions nomment dieu ce qui les dépasse. Le scepticisme s’abstient. Les premières osent une parole au risque de l’idolâtrie. Le second se tait, dévot du point d’interrogation, comme dit Nietzsche en se moquant de l’agnosticisme. Ne resterait-il que la négation du dieu pour être rationnel. Il se pourrait.
C’est que l’affirmation de Dieu aujourd’hui ne saurait partir de ce trop plein de dieu. C’est évident que la superstition est insensée. C’est certain que l’idolâtrie est absurde. A bien des égards, l’athéisme est notre terreau tant son contraire, le monde enchanté des divinités, nous est étranger. Notre foi n’est pas tant un aménagement des religions que leur contestation, d’accord avec l’athéisme. Le retour et la défense du sacré dont certains font le renouveau ecclésial ne font que prolonger l’hiver de la foi.
Certes il ne suffit pas de renverser les statues d’or et d’argent ou de bois pour être débarrassé des idoles. L’idole a des formes contemporaines ; elle a ôté son déguisement théologique et s’est sécularisée. Mais comme hier, elle prétend protéger, assurer, certifier. Le compte en banque prétend assurer : fou que tu es ce soir même on te demande ta vie ; le sexe comme la consommation prétendent certifier que l’on ne manque de rien, que l’on peut jouir de tout : là où tu mets ton trésor, là aussi tu mets ton cœur ; le pouvoir prétend protéger de toute faiblesse : celui qui veut être le premier, qu’il soit le serviteur de tous. Il y a aussi, des idoles conceptuelles, celles que le croyant et l’incroyant se font de Dieu. L’athée aussi est un croyant. Il croit que Dieu n’est pas. Il n’en sait pas plus que nous sur cette affaire.
L’exil à Babylone c’est la fin des sécurités et certitudes. Dieu n’est pas un assureur, il invite plutôt à l’aventure. L’assurance vie, c’est pour les morts ! L’idole est là, à disposition, sous la main. C’est pratique. Notre Dieu est non-manipulable. Il n’habite pas dans un temple, mais c’est sous une tente qu’il accompagne le peuple au désert. Le vent souffle où il veut, tu ne sais ni d’où il vient ni où il va. Le vent ou le parfum, ce qui nous touche mais que nous ne pouvons pas saisir, attraper, manipuler.
L’exil comme refus d’un ciel plein, d’un temple plein, inscrit au cœur de notre affirmation de Dieu l’interdit de l’idole. Nous n’en savons rien. Nous pensons bien plus comme les athées que les religions et ce n’est pas un hasard si les premiers chrétiens furent condamnés pour athéisme.
Nous nous sommes mis à la suite de celui qui a fait de la justice et du service du frère le culte véritable. Où cela nous mènera-t-il ? Il marchait sans savoir où il allait, dit-on du Père des croyants, Abraham. Bien avant Babylone, le nomadisme est la condition du croyant. Mon Père était un araméen errant.

2 Ch 36, 14-23 ; Ps 136 ; Ep 2, 4-10 ; Jn 3,14-21