15/08/2016

Siendo discipulos de Cristo, participamos en el fracaso de la muerte (Asunción)

Celebrando a María ¿qué hacemos? Celebramos a Jesús. No hay fiesta para nosotros, discípulos de Cristo, que no sea fiesta de Jesús. Pienso importante recordar esto, porque a veces, me parece que somos más Marianos que cristianos.
Celebrando la Asunción de María ¿qué hacemos? Celebramos a Jesús en su victoria sobre la muerte, la suya y la nuestra. Celebramos la resurrección del Señor, en la cual, María y nosotros encontramos el fracaso de la muerte. Si Dios es por nosotros ¿quién contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? (Rm 8)
No hay en nuestra fe varias cosas que deberíamos creer, una lista, más o menos compleja. Creer no se hace con un catálogo de verdades que deberíamos confesar. Creer es ser discípulos de Cristo, solamente. No se trata de una verdad nocional, sino de una amistad o de una fraternidad. Creer es experimentarse como hermanos o amigos de Jesús: Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la obedecen (Lc 8), y todavía, os llamo amigos míos (Jn 15).
No veneramos ahora a una mujer pero proclamamos nuestra esperanza ya realizada en ella. La victoria de Cristo sobre la muerte es también nuestro asunto. Ya es posible vivir con Cristo, escuchando su palabra, poniéndola en práctica, siendo hermanos y amigos suyos.
Estamos comprometidos en lo que celebramos. Celebrar la Asunción de María es seguir viviendo la vida de Jesús, ya aquí y ahora. Ya somos resucitados. ¿Lo vivimos? ¿Lo creemos?
No esperamos primero una vida después de esa, porque ya somos invitados a vivir esta vida con Jesús. ¿No es eso la resurrección, la vida eterna, vivir con Jesús? María no es primero la Madre de Jesús, pero representa la humanidad de la cual Jesús recibió su carne. La humanidad, y nosotros en ella, ya tenemos la oportunidad de vivir divinamente, como el Padre y su hijo Jesús, llenos del Espíritu santo.
El Espíritu da vida nueva a la carne, derramado sobre nosotros cuando Jesús entregó el Espíritu. No dice el evangelio que Jesús murió devolviendo su espíritu, sino que entregó el Espíritu. ¿A quien lo entregó sino a nosotros? ¿Y de qué espíritu se trata sino del Espíritu del Padre y del Hijo, que es Señor y dador de vida?
Así, si se puede decir ¡no celebramos a María, tampoco esperamos la vida futura! Estamos aquí porque intentamos ya vivir de la vida eterna, es decir la vida de Dios, es decir vivir divinamente. Estamos aquí porque vivir, para nosotros, significa intentar ser reflejo de la vida divina dentro de la vida y del mundo humano.
Inscribir la vida divina en el mundo es una manera de oponerse a la muerte. No, la muerte no tiene la última palabra. No, la muerte no reina, incluso si a menudo y de todas partes, se impone. Cada vez que la hacemos retroceder, dejando la fuerza del Espíritu de la vida actuar a través de nuestra carne, ya proclamamos la resurrección de Cristo, ya somos hermanos y amigos suyos, ya es la Asunción de la humanidad que ya vive la vida de Dios mismo. Creemos la resurrección de la carne.

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