28/12/2013

Lazos familiares o adopción. La Sagrada Familia

La fiesta de la Sagrada Familia se utiliza hoy como bandera de una concepción de la familia. Un niño tiene derecho a un papa y una mamá, es decir a un ambiente afectivo y social estable que le permita desarrollarse y encontrar su sitio en una red de diferencias sexuadas y generacionales.
Michel Serre, filósofo francés, escribió el pasado invierno un artículo sobre el modelo de la familia que se puede leer en los evangelios. Y no podemos decir que su análisis falte de pertinencia, aunque por supuesto, no podrá satisfacer a los que consideran que así el modelo de la familia que defienden no es respectado.
No vuelvo sobre este modelo de un papá y de una mamá para todos los niños. No porque el debate me parezca cerrado, sino porque ya suscitó bastante agresividad. De modo increíble entre hermanos, nos peleamos, nos insultamos, nos ignoramos. Denigramos a nuestro hermano en cuanto no recurrimos a la calumnia para rechazar más su posición. En nombre de la alteridad que hay que defender, de la diferencia reconocida como estructurante entre el hombre y la mujer, somos incapaces de aceptar la diferencia de pensamiento.
Vuelvo más bien sobre este artículo, o más bien sobre el análisis de la familia tal como Michel Serre lo lee en los evangelios, en particular en los evangelios de la infancia. Lo resumo en una idea. El nacimiento de Jesús narrado por medio de la concepción virginal rompe los lazos de la sangre a favor del modelo de la adopción.
La palabra maestra es la adopción. Y esto sobrepasa los evangelios para encontrarse particularmente en san Pablo. La adopción expresa la relación que ata el Padre a todo hombre, por el Hijo, primer nacido (de entre los muertos). La adopción siendo el nuevo nombre de la alianza, aunque ya se podía leer, por ejemplo en el maravilloso capítulo 11 del profeta Oseas. “Cuando Israel era niño, yo lo amé, y desde Egipto llamé a mi hijo. Con todo, yo enseñaba a andar a Efraín, cogiéndole en brazos; pero ellos no comprendieron que yo los cuidaba. Con lazos humanos los atraje, con lazos de amor; fui para ellos como los que alzan el yugo de sobre su cerviz, y puse delante de ellos la comida.”
La palabra adopción se encuentra cinco veces en los escritos de san Pablo. Se debería traducir por filiación. El Padre hace de nosotros sus hijos. Así se manifiesta nuestra nueva naturaleza, muy alejada de una pertenencia a un pueblo por la sangre, como era y es todavía con el pueblo de Israel. La naturaleza ya no tiene nada con la familia, con el linaje, sino sólo con el libre amor de Dios, ahora manifestado en una universalidad radical como el amor de Dios para el pueblo judío.
José amó aquel que llamaba hijo suyo, enseñándole a andar, cogiéndole en brazos. Con lazos humanos le atrajo, con lazos de amor; fue para el como los que alzan el yugo de sobre su cerviz, y puso delante de él la comida. El evangelio de Mateo cita así al profeta, desde Egipto llamé a mi Hijo. José sin embargo no es padre por la sangre. La virginidad de Maria, tanto valorizada por todos los cristianos, expresa esta rotura en los lazos de la sangre. Se trata de la parábola de la alianza nueva sellada por Dios con todo hombre precisamente por la filiación, por la adopción.
Sabemos cuán importantes son los lazos familiares que, sin embargo, no son los escogidos por Dios. Sabemos que son en España una protección a menudo única y por lo tanto indispensable contra la crisis. Pero Dios no ayuda más a su hijo que a su vecino, si asi se puede decir, o más bien, Dios no tiene vecinos sino sólo hijos.
Puesto que la familia, el clan, es también, a veces, a menudo, un encierro, más bien que un infierno. Es también lo que puede justificar la cuantidad de guerras. Lo que pasa en Siria como en numerosos países de África, a falta de ser la consecuencia de los lazos de la sangre, se desarrolla sobre un mantillo familiar que la virginidad de Maria interrumpe. Esa madre engendra fuera de los lazos de la sangre, de la naturaleza, para que su hijo sea adoptado, nacido primer hijo, primer nacido de los muertos. ¡No habíamos previsto que la concepción virginal escondiese tal potencia revolucionaria!
Para luchar contra todo racismo, para trabajar hacia una mundialización que no sea esclavitud en beneficio de un liberalismo sin alma, sino una fraternidad universal ¿no sería oportuno recordar que la familia de Jesús es una madre virgen, un padre adoptivo, parábola de una alianza nueva, la de la nueva filiación, de la adopción divina? Este es una manera de leer la universalidad de la buena noticia de Navidad. El Hijo en su engendramiento certifica para cada hombre la verdad de la alianza, de la filiación, de la adopción por el Padre del cielo.

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