24/08/2014

"Dios nos encerró a todos en la rebeldía" (Rm 11,32) 20o Domingo



Ya el domingo pasado, oímos a Pablo sobre la salvación de los judíos. “Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón, porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne.”
Hoy de nuevo, dos capítulos después en la Carta a los romanos, se continúa la misma reflexión sobre la salvación de los judíos.
Quizá, no les importa este tema para seguir practicando su fe. Sin embargo, mirando la historia de Europa y del mundo, no es posible pensar que el estatuto de los judíos no tendría importancia para los cristianos. Después de la Shoah, se impuso de reconocer el anti judaísmo incluso el antisemitismo de la Iglesia que se ve por ejemplo en la expulsión de los Judíos de España en 1492. El reciente proyecto de ley español para dar la nacionalidad española a los descendientes de los expulsados muestra la actualidad del tema. Y la guerra en Tierra santa, como consecuencia de la espoliación de los palestinos, enseña la carga de violencia que contiene este asunto.
No vamos a hablar de política mundial y tampoco de moral, racismo u otro. Siguiendo a Pablo, tenemos que desarrollar una teología de la salvación.
“Los dones de Dios y la llamada de Dios son irrevocables”, acabamos de escuchar. El pueblo de la primera alianza no puede ser echado por Dios. Dios continúa amando a su pueblo del cual nació Jesús, así que le recordó el pasaje de la semana pasada. Dios es fiel e imaginar, como se hizo en la historia, que habría podido castigar a su pueblo, dejando matarlo, es equivocarse de Dios, es pensar en Dios como si fuera un hombre de venganza.
Es decir que la salvación no es retribución. Que haya un juicio, es más que necesario, porque se debe de pronunciar un no definitivo contra el mal, la violencia y la muerte. Pero claro que la salvación no es retribución, sino, así que preguntan los Doce ¿Quién podrá ser salvado?, Jesús contesta: “Para los hombres, es imposible”.
La salvación no es retribución sino don gratis de Dios. Escuchemos a Pablo en la misma carta, “El pecado paga con muerte mientras que Dios regala vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor.” ¡Por suerte! ¿Cómo podríamos recibir la vida por meritos nuestros? Decimos a cada eucaristía: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya, bastara para salvarme”.
La reflexión sobre la salvación de Israel lleva a Pablo a afirmar que, después de Cristo, todos, judíos o no, paganos o miembros del pueblo de Dios, todos, y desde siempre, son prisioneros del pecado y de la muerte. Y lo vemos cada día. No hay nadie para escaparse del mal y de la muerte. La misericordia de Dios viene para socorrer a los pecadores. Pablo acaba de decirlo: “Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos”. Es una expresión muy fuerte, muy extraña. ¿Se podría que Dios nos encierra en la rebeldía? Claro que no ¡no es una expresión más imprecisa que la del pecado original!
Desde siempre, la creación por Dios, las creaturas, llaman un nuevo, si se puede decir, un nuevo don de vida. La creación no se puede entender sin la salvación, porque el hombre es creado para la vida divina, la vida de Dios, que solamente se puede recibir; el hombre no puede dársela, que haya o no el pecado. La salvación no es un dedo, una deuda, sino un don gratuito de Dios, lo que se llama la gracia.
Para sus hermanos, para su pueblo, para Israel, Pablo quisiera ser echado de la vida para que puedan ellos recibir el mensaje de la salvación, la buena noticia del evangelio. Porque las promesas de Dios son irrevocables, el pueblo judío continúa viviendo su vocación, confiada a Abrahán, ser una bendición para todas las naciones. El no reconocimiento de Jesús por su pueblo da a conocer la salvación promedita a todos, a ellos primero, y a todos los demás.

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