Hoy celebramos…
¡la resurrección del Señor! Claro que es la asunción de María, sin embargo ¿que
sería esa asunción sin la resurrección de Cristo? No tiene María privilegios, así
que le dice el evangelio de la vigila; a la gente que alabó a su mujer por
haberlo llevado, contestó Jesús: “Mejor dichosos los que escuchan la palabra de
Dios y la cumplen”. María recibe la victoria sobre la muerte como cada uno de
nosotros por la resurrección de Cristo, escuchando y cumpliendo su palabra.
Somos discípulos
de Cristo como María. Como ella, siguiendo a Jesús, intentamos escuchar y
cumplir la voluntad de Dios. Fuera del cumplimiento de esa palabra, no hay nada
en María que merezca nuestra devoción: “Mejor dichosos los que escuchan la
palabra de Dios y la cumplen”.
Seguro que ya han
visto que se habla muy poco de María en los evangelios y en el nuevo
testamento. Su nombre, no lo conoce el evangelio de Juan, y tampoco las cartas
de Pablo y los otros escritos del nuevo testamento. Una vez se encuentra en los
Hechos de los apóstolos como en Marco; cinco veces en el evangelio de Mateo. En
el evangelio de Lucas, el máximum, doce veces, pero todas en los dos primeros
capítulos, el evangelio de la infancia, donde se lee el Magníficat, cantico de
resurrección: “el Señor enaltece a los humildes”.
En total son
solamente diecinueve ocurrencias del nombre de María y poco veces más se habla
de la Madre de Jesús. ¿Sigue nuestra devoción a la Virgen la discreción evangelista?
Es que en las
Escrituras, con María, si me atrevo a decirlo, no se trata de María. ¡Cómo!
Tenemos que volver a leer los textos y veremos que cuando las Escrituras hablan
de María, en hecho, hablan de la humanidad. Es la humanidad que es la Madre de
Jesús, que le dio a luz. Es él, el hijo del hombre.
Esta humanidad
todavía no es discípula del Señor, que escucha y cumple su palabra. Por lo
tanto, en la Iglesia, ya reconoce a su Señor, intentando acogerlo. De esta
manera se debe decir que el canto del Magníficat, no es el de María, y no
solamente históricamente, sino el de la Iglesia, es decir el de la humanidad ya
salvada.
Lo dice el
prefacio que vamos a rezar en un momento: La
Virgen Madre es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada.
Y si la Iglesia, si la humanidad, con sus límites, con sus debilidades, con la
violencia y la muerte, ya encuentran en María su figura, es que ya han recibido
la fuerza de la salvación, adquirida en la resurrección de Cristo. Es lo que
dije empezando: hoy, como cada vez, celebramos la resurrección de Cristo. Sin
la fuerza de vida que vence a la muerte, no hubiera María, ni la Iglesia,
solamente una humanidad prometida a un futuro de muerte.
No se puede contar
con los hombres para respetar a los humildes y pajar el escándalo de los ricos.
Lo vemos cada día, y nuestros esfuerzos para cambiar nuestra vida, para
construir una sociedad de fraternidad, nunca bastan. Por suerte, el cantico de
María, el cantico de la Iglesia, el cantico de la humanidad renovada, es una
canción revolucionaria: “El Señor ha mirado la humillación de su esclava.
Dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y a los
ricos, los despide vacios. Enaltece a los humildes y a los hambrientos los
colma de bienes”.
Hemos entendido
bien… Se podría decir que celebrar hoy a María, olvidando la resurrección de
Cristo, y la de la humanidad ya empezada en la Iglesia, es vaciar el cantico
evangélico de su mensaje, una buena noticia para todos los que sufren, los
oprimidos, los desterrados, los humillados.
De verdad, es
grande el nombre del Señor, si por su resurrección da la vida a los moribundos.
¡Qué proclamen nuestras almas la grandeza del Señor, y se alegren nuestros
espíritus en Dios, nuestro salvador!
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire