14/08/2015

La carne salta de gozo (Asunción)


¿Somos discípulos de Cristo o miembros del cristianismo? No es la misma cosa.
El cristianismo designa una cultura, occidental, una organización de la sociedad con ritos y moral, a partir del evangelio. Un magisterio, más o menos integro, detiene una verdad que los demás siguen, más o menos, en prácticas religiosas y comportamientos éticos. El cristianismo es un sistema político y teológico, que arregla los usos y costumbres de la gente.
Ser discípulos de Cristo no tiene nada que ver con una organización social porque se puede vivir en todas las culturas. Más todavía, ser discípulos de Cristo es una contestación de todas las formas de vida social, no porque serian todas malas, sino porque el reino de los cielos, jamás realizado aquí y ahora, fecunda las sociedades aquí y ahora.
Cuando leemos el evangelio, no vemos a Jesus organizando un sistema político o religioso. Es Señor del sábado; la meta de toda vida nunca es la ley pero el hombre. Cuando leemos el evangelio, nunca se dice que deberíamos votar para la izquierda o la derecha, porque no somos los hombres de un partido, pertenecemos a Cristo. Cuando leemos el evangelio, no encontramos obligaciones. “Todas las cosas me son lícitas, pero no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, pero yo no me dejaré dominar por ninguna”, dice Pablo. Somos libres, librados.
Pero nosotros, desde siempre, queremos saber cómo hacer, qué hacer, incluso si es para actuar de otra manera. Nos gustan las recetas ¡tan practicas! Nos tranquiliza conocer la regla incluso si no la respectamos. Así, pensamos conocer el bien. Así podemos exigir que cada uno se comporte de la misma manera. No nos gustan las personas extrañas. ¡No nos hubiera gustado Jesus! El evangelio que recitamos vuelca nuestra organización social pero seguimos si escuchar nada del evangelio. “Dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.” ¿Somos discípulos de Cristo o miembros del cristianismo?
Deja que los muertos entierren a sus muertos” y nosotros tenemos un culto de los muertos como animistas, porque todavía somos animistas. Se organiza el cristianismo alrededor del culto, por ejemplo de los muertos, cuando ser discípulos de Cristo consta de descubrir una vita nueva para el hombre viejo que todavía somos, incluso si ya “en el bautizo, estamos revestidos de Cristo”.
Pero como todos, continuamos con el sistema religioso, uno entre muchos. Hacemos del ser cristiano una religión entre otras, el cristianismo. La madre de Jesus, no tanto es la esclava del Señor, como dice el evangelio, que una diosa. El mito funciona a capacitad plena, una virgen, madre, pura, intacta, inmaculada. Sin embargo, si su asunción tiene un sentido, es precisamente que tenemos que dejar los muertos enterar a los muertos, que tenemos, como ella, que entrar en una nueva vida: estamos revestidos de Cristo.
Cuando se hace con ella como con nosotros la palabra de Dios, somos hombres y mujeres nuevos que anuncian de palabra y obra que la vida es un servicio, el de los demás, que servir a los demás es la vida. “Maria se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a la casa de Zacarías y saludó a Isabel”.
Por suerte se vacían los templos del cristianismo. Por suerte, casi nadie quiere hoy ser miembro de una organización de otro tiempo. “Deja que los muertos entierren a sus muertos”. Ojalá que los discípulos de Cristo edifiquen una Iglesia para anunciar la vida como servicio, para constituir la humanidad como fraternidad. Así es el triunfo de la vida. Así las fuerzas de muerte que matan a tantos en el mundo disminuyen. Así la humanidad ya comparte la vida de Jesus.
El cuerpo de nuestra humanidad, no las organizaciones incluso cristianas, pero la carne nuestra, la carne de todos los que sufren, de guerra, desigualdades, violencia, racismo, la carne de los emigrantes, los cristianos de Siria e Irak como la de los Africanos, la carne salta de gozo, ya ahora, antes de nacer definitivamente a la vida, como criatura en presencia del Señor.

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